miércoles, 4 de abril de 2012

Como la vida misma.

Sentir esa alegría que te supera de tal manera que eres incapaz de parar de sonreír. Necesitas correr, abrazarlo y no soltarlo nunca; mientras sientes poco a poco el recorrido de cada uno de sus besos por tu cuello. Se hace infinito, quieres que sea eterno, se hace el silencio. Al cabo de dos segundos levantas la mirada; sí, te ves reflejada en esos preciosos ojos tan brillantes que parece que le han echado limón. Te pierdes, son inmensos, jamás encontrarás el final; pero a la vez, te das cuenta que te miran fijamente, acompañados de una enorme y perfecta sonrisa. Por un momento paras, te imaginas que alguien te pellizca fuertemente en el brazo, te estremeces, ¿será un sueño? Te das cuenta de que no. Vuelves a lo importante. Te mira, lo miras; sonríes, una pequeña carcajada. Se acerca a tu cara y te susurra al oído: "te amo". Entonces, te das cuenta de que le importas, de que siente algo por ti, eres algo en su vida, eres su princesita y él tu príncipe. Le devuelves el cumplido y a continuación le besas. En ese mismo instante te olvidas de lo que te rodea, imaginas que estás sola en el mundo, rodeada de flores, pájaros revoloteando y nada más. Tú y él solos, porque cuando dos personas se quieren lo suficiente, el resto del mundo desaparece para ellos.
Meritxell Fernández Hernández.

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